Existen libros que para disfrutarlos es necesario tener una preparación previa, y este es el caso de Fuegos (1935), que se exterioriza como un lamento del corazón y sus latidos, manifestados en una serie de nueve relatos o más bien epílogos de las más intensas historias mitológicas de amor ideadas en la antigüedad, intercaladas con lastimeros destellos de esperanza extraídos de un diario íntimo escrito por la misma Marguerite Yourcenar mientras disfrutaba de las más crueles delicias de la decepción y el desapercibimiento.
Fuegos, es producto del amor mal correspondido por el cielo, es como la caricia sobre una llaga, que aunque sea muy tierna duele como el más grave de los desprecios; es un grito hacia la estupidez del otro, que no comprende que sólo el amor del desesperado es lo único que puede salvarle del más funesto de los destinos: el olvido. Fuegos, es la llama fatua que se levanta sobre el cadáver del amante mal pagado, es un recordatorio de que entre más se sufra en nombre del amor (lícito o ilícito) así se levantará un aura que prepara para concebir el único fruto, como si se tratase de un castigo o recelo divino, que puede dar su relación con el ser humano: el sufrimiento.
Fuegos no sólo es un libro que trata sobre el dolor, amores mal pagados, mitología y confesiones, sino también es un ejercicio de sinceridad y purificación del alma, que reclama, y con todo derecho, que le sea devuelto el tesoro más difícil de recuperar: la dignidad hacia si mismo, y de paso, como si se tratase de una indemnización celestial paradójica, la oportunidad de entrar nuevamente en ese ciclo de amor y sufrimiento como una ofrenda de paja al fuego desde un templo más alto y con un corazón más grande e inflamable pero menos débil e inocente.
miércoles, 24 de diciembre de 2008
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